Montpellier encabeza las ciudades francesas con un mayor crecimiento de población. Está por ver si el motivo de este dinamismo es el auge cultural, la proximidad del Mediterráneo, el entusiasmo por las últimas tecnologías o la poesía de sus rincones antiguos. A pesar de su éxito entre estudiantes, investigadores y emprendedores adeptos al sol y al buen vino, esta ciudad centrada en las personas, cálida y que mira al futuro ha sabido mantener su carácter.
La plaza real de Peyrou es el lugar ideal para empezar a descubrir Montpellier. Desde lo alto de sus 60 metros, esta explanada verde del siglo XVII ofrece un bonito panorama urbano. La estatua ecuestre de Luis XIV se erige en el centro, mientras que sobre la hierba y entre los senderos bordeados de plataneros los habitantes de Montpellier y los visitantes de todas las edades se dan cita para disfrutar de un pícnic, tocar la guitarra o jugar a la pelota. Dominando la ciudad, el pico de Saint-Loup es majestuoso observado entre las columnas de la torre de agua que una vez abasteció a Montpellier. El barrio de Les Arceaux, situado justo a sus pies, debe su nombre al acueducto de Saint-Clément, que trajo agua potable al estanque del paseo, apreciado hoy en día por su belleza.
Frente al parque, el Arco del Triunfo marca el comienzo de la calle Foch que cruza el Écusson, centro histórico de la ciudad. Las boutiques de alta gama se encuentran en esta arteria haussmaniana que se extiende hasta el mercado cubierto Halles Castellane, punto de partida de la calle de la Loge, donde los viandantes ralentizan la marcha para escuchar mejor el sonido de un instrumento insólito o para admirar a algún grupo de bailarines. Los artistas callejeros muestran sus habilidades hasta la plaza de la Comédie. Aquí, el centro medieval se une al Montpellier moderno, con Antigone como estandarte. Diseñado por el arquitecto Ricardo Bofill, este barrio alberga varios centros deportivos y culturales, como una piscina olímpica y una gran mediateca. Su impresionante arquitectura neogriega se contempla desde el tranvía firmado por Christian Lacroix o recorriendo a pie el eje que lleva hasta el río Lez, cuyas orillas visitan paseantes, noctámbulos y arquitectos, que contribuyen a la efervescencia del barrio de Port Marianne o del inmenso centro de ocio Odysseum.
Teorías etimológicas contradictorias coinciden en un punto: «Montpellier» nació sobre un «monte». En el centro peatonal aguardan numerosas subidas y bajadas, pero también sorpresas en cada callejón, en cada escalera. Cafés y restaurantes, tiendas de segunda mano y escaparates de diseñadores, librerías y tiendas artesanales se codean en las plazas y las calles adoquinadas bordeadas de mansiones del Écusson. Es imposible pasar de largo de la impresionante catedral de Saint-Pierre. El antiguo monasterio de esta iglesia gótica con aires de fortaleza albergó la primera facultad de medicina, fundada en el siglo XII. Montpellier cuenta hoy en día con una de las poblaciones estudiantiles más importantes del país y un sector tecnológico floreciente. El antiguo Real Colegio de Medicina creó el Jardín de las Plantas vecino para cultivar plantas medicinales. Se pueden visitar los invernaderos de este remanso de paz transformado en jardín botánico, en el corazón de una ciudad que seduce con su vida nocturna y cultural. Los amantes del arte no se pueden perder el imprescindible Museo Fabre o el de la Panacée, antes de hacer una pausa en la plaza Saint-Côme o en la torre de la Babotte, un antiguo observatorio. Si se escucha alboroto en el Écusson antes de lo habitual, tal vez sea porque el Montpellier Hérault Sport Club esté jugando en el estadio de la Mosson, o el Montpellier Hérault Rugby en el estadio Yves-du-Manoir. Sea cual sea el resultado, con pelota ovalada o redonda, la fiesta se prolongará hasta bien entrada la noche entre bares, vinotecas, conciertos y clubes.